EL EVANGELIO DEL DÍA: SE ACERCÓ Y VENDÓ SUS HERIDAS (LC 10,34) LIBRO DE JONÁS 1,1-16.2,1.11. La palabra del Señor se dirigió a Jonás, ...
EL EVANGELIO DEL DÍA:
SE ACERCÓ Y VENDÓ SUS HERIDAS (LC 10,34)
LIBRO DE JONÁS 1,1-16.2,1.11.
La palabra del Señor se dirigió a Jonás, hijo de Amitai, en estos términos:
"Parte ahora
mismo para Nínive, la gran ciudad, y clama contra ella, porque su maldad ha
llegado hasta mí".
Pero Jonás partió
para huir a Tarsis, lejos de la presencia del Señor. Bajó a Jope y encontró
allí un barco que zarpaba hacia Tarsis; pagó su pasaje y se embarcó para irse
con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del Señor.
Pero el Señor
envió un fuerte viento sobre el mar, y se desencadenó una tempestad tan grande
que el barco estaba a punto de partirse.
Los marineros,
aterrados, invocaron cada uno a su dios, y arrojaron el cargamento al mar para
aligerar la nave. Mientras tanto, Jonás había descendido al fondo del barco, se
había acostado y dormía profundamente.
El jefe de la
tripulación se acercó a él y le preguntó: "¿Qué haces aquí dormido?
Levántate e invoca a tu dios. Tal vez ese dios se acuerde de nosotros, para que
no perezcamos".
Luego se dijeron
unos a otros: "Echemos suertes para saber por culpa de quién nos viene este
desgracia". Así lo hicieron, y la suerte recayó sobre Jonás.
Entonces le
dijeron: "Explícanos por qué nos sobrevino esta desgracia. ¿Cuál es tu
oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿A qué pueblo perteneces?".
Él les respondió:
"Yo soy hebreo y venero al Señor, el Dios del cielo, el que hizo el mar y
la tierra".
Aquellos hombres
sintieron un gran temor, y le dijeron: "¡Qué has hecho!", ya que
comprendieron, por lo que él les había contado, que huía de la presencia del
Señor.
Y como el mar se
agitaba cada vez más, le preguntaron: "¿Qué haremos contigo para que el
mar se nos calme?".
Jonás les
respondió: "Levántenme y arrójenme al mar, y el mar se les calmará. Yo sé
muy bien que por mi culpa les ha sobrevenido esta gran tempestad".
Los hombres se
pusieron a remar con fuerza, para alcanzar tierra firme; pero no lo
consiguieron, porque el mar se agitaba cada vez más contra ellos.
Entonces
invocaron al Señor, diciendo: "¡Señor, que no perezcamos a causa de la
vida de este hombre! No nos hagas responsables de una sangre inocente, ya que
tú, Señor, has obrado conforme a tu voluntad".
Luego, levantaron
a Jonás, lo arrojaron al mar, y en seguida se aplacó la furia del mar.
Los hombres,
llenos de un gran temor al Señor, le ofrecieron un sacrificio e hicieron votos.
El Señor hizo que
un gran pez se tragara a Jonás, y este permaneció en el vientre del pez tres
días y tres noches.
Entonces el Señor
dio una orden al pez, y este arrojó a Jonás sobre la tierra firme.
LIBRO DE JONÁS 2,3.4.5.8.
"Desde mi angustia invoqué al Señor, y él me respondió; desde el seno del Abismo, pedí auxilio, y tú escuchaste mi voz.
Tú me arrojaste a
lo más profundo, al medio del mar: la corriente me envolvía, ¡todos tus
torrentes y tus olas pasaron sobre mí!
Entonces dije: He
sido arrojado lejos de tus ojos, pero yo seguiré mirando hacia tu santo Templo.
Cuando mi alma desfallecía,
me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo Templo.
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 10,25-37.
Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le preguntó
a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?".
Él le respondió:
"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".
"Has
respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".
Pero el doctor de
la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién
es mi prójimo?".
Jesús volvió a
tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y
cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se
fueron, dejándolo medio muerto.
Casualmente
bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.
También pasó por
allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un
samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.
Entonces se
acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso
sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.
Al día siguiente,
sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y
lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'.
¿Cuál de los tres
te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los
ladrones?".
"El que tuvo
compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y
procede tú de la misma manera".
EXTRAÍDO DE LA BIBLIA: LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS.
SE ACERCÓ Y VENDÓ SUS HERIDAS (LC 10,34)
Me alejé, Amigo del hombre, he vivido en el desierto, me escondí de ti, mi tierno Maestro, sumergido en la noche de las preocupaciones de la vida, en las que sufrí mordeduras y lesiones.
Salgo con el alma marcada de heridas.
Por eso grito en
mi dolor y sufrimiento del corazón: ¡Ten piedad de mí, hazme misericordia, a
mí, pecador!
Médico que amas
las almas, que amas sólo la misericordia, y sanas libremente enfermos y
heridos, ¡sé el médico de mis contusiones, de mis heridas!
Destila el aceite
de tu gracia, Dios mío, extiéndela sobre mis heridas, cierra mis úlceras, cicatriza
y vigoriza mis miembros débiles.
Borra todas las
cicatrices, Salvador, concédeme total y perfecta salud, como anteriormente. (…)
Me he abandonado,
Maestro, por haber contado conmigo mismo.
Me dejé llevar
por las preocupaciones de las cosas sensibles y he caído, infeliz, en las preocupaciones
de cosas de la vida.
Como el hierro
cuando se ha enfriado, he devenido negro y a fuerza de estar en el suelo, me he
oxidado.
¡Por eso grito
hacia ti, Amigo del hombre!
Te ruego ser
purificado de nuevo, ser llevado a mi belleza primera, y gozar de tu luz.
Ahora y siempre y
por los siglos de los siglos. AMÉN.
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